Función de las plazas en la época prehispánica del altiplano  Mesoamericano

Function spaces in prehispanic Mesoamerican highlands

María Yolanda Elizabeth Rios Cerón
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
yolanda_rios_ceron@yahoo.com.mx

Resumen

Las plazas mesoamericanas corresponden a patrones muy definidos en el urbanismo prehispánico, fueron trazadas con referentes geométricos en estricto apego lineal.
Su uso y función en algunos casos, hasta la fecha son escasamente conocidos, sin embargo, los cronistas pudieron reconstruir gran parte de los referentes de uso.
La intencionalidad de estos espacios resultó muy importante en este inmenso conjunto arquitectónico. Sumado a sus calles y vías principales, las plazas fueron elementos para un buen y acompasado reparto de basamentos, palacios, accesos, conjunto de viviendas y talleres artesanales, los cuales actuaron como moduladores y distribuidores del ámbito urbano prehispánico.
Es la intención de este documento evaluar la función e importancia del trazo de las plazas urbanas mesoamericanas.

Palabras Clave: plazas, época prehispánica, mesoamericano.

Abstract
Mesoamerican spaces correspond to well defined in prehispanic urban patterns were drawn with geometric concerning strictly linear attachment.
Its use and function in some cases to date are poorly known, however, the writers were able to reconstruct much of the referents of use.
The intent of these spaces was very important in this vast architectural complex. In addition to its main streets and avenues, squares were elements of a good deal and rhythmic foundations, palaces, access, assembly houses and craft workshops, which acted as modulators and distributors of prehispanic urban areas.
It is the intention of this paper to evaluate the role and importance of the stroke of Mesoamerican urban plazas.

Key Words: squares, pre-Hispanic times, Mesoamerican.

Fecha recepción:
   Septiembre 2013          Fecha aceptación: Octubre 2013


Introducción
Función de las plazas en la época prehispánica del altiplano  mesoamericano
La riqueza del contenido urbano-arquitectónico de las zonas arqueológicas mesoamericanas nos permite analizar diferentes etapas constructivas en sus diversas regiones, cada una con su estilo y en una sociedad cuya estructura urbanística estaba íntimamente ligada a las actividades políticas y religiosas de la época.
La vida del hombre mesoamericano se centraba principalmente en el aspecto religioso, lo que generó conjuntos ceremoniales que funcionaron como núcleos iniciales para el desarrollo de la sociedad urbana.

Estos espacios contenían una o varias plazas pequeñas, donde los integrantes de la comunidad se reunían por motivos religiosos, pero al mismo tiempo los personajes coincidían e intercambiaban expresiones sobre las problemáticas de su vida comunal. Al crecer y expandirse las ciudades, las condiciones también se modificaron y sumaron nuevos elementos arquitectónicos, por lo que las funciones, la concepción y el trazo de los conjuntos urbanos cambió. Los nuevos núcleos de crecimiento y las poblaciones en desarrollo se manifestaron de forma impactante en espacios abiertos como las  áreas destinadas a las plazas ceremoniales, las plazas públicas, las plazas-mercado y las zonas del macuil tianquiztli, apareciendo también los grandes patios y calzadas, las calles y canales, en donde tanto reyes, como sacerdotes, magistrados, comerciantes y hombres comunes transitaban.
Estas expresiones arquitectónicas fueron en muchos de los casos motivo de materialización, relato y expresión gráfica. Los códices prehispánicos y varios documentos fueron utilizados para dar testimonio de los relatos indígenas, incluso cuando estos tuvieron contacto con los europeos del siglo XVI. Fueron utilizados como material gráfico por los cronistas y diligentes del gobierno virreinal; para el investigador moderno han sido testimonios de espacios que tuvieron una importancia vital para el hombre mesoamericano, como quizás la tuvo el ágora y el foro para el mundo griego y romano, aunque con características muy diferentes.
Estos espacios abiertos (plazas) fueron muy importantes urbanísticamente en las ciudades mesoamericanas, centrándose nuestro estudio en la región del Altiplano Central y las características de dichos espacios abiertos, tradicionalmente denominados plazas por los investigadores. De igual manera, estudiaremos el uso y función que cada una de ellas, sus elementos y componentes simbólicos y materiales, su ubicación espacial en el entramado urbano-arquitectónico prehispánico.

MESOAMÉRICA

El término Mesoamérica fue propuesto en 1940 por el doctor Paul Kirchhoff para designar al conjunto de pueblos localizados en México y América Central, que tenían rasgos básicos comunes y que llegaron a formar un patrón de civilización, fundamentado principalmente en el cultivo del maíz, el fríjol, la calabaza, el aguacate, la producción de códices y la construcción de edificios, con su consecuente orientación solar, la medición matemática de los espacios y el conocimiento del calendario solar, lunar, el calendario ritual de 260 días y el venusino, por lo que el tiempo se consideraba como un continuo, con un comportamiento cíclico, recurrente. Su parafernalia era la concepción del universo, donde había deidades que presidían el espacio y todos los elementos naturales. A estos dioses se les ofrecía el sacrificio de sangre y para deificar al sol y al agua se propiciaba la toma de cautivos; por otro lado, tenían un sistema social estratificado basado en el prestigio.
Esta área con un panorama cultural, histórico y geográfico, se encontraba delimitada por el río Sinaloa al noroeste de México, enlazándose con las cuencas de los ríos Lerma y Soto de la Marina que desembocan en la Costa del Golfo, territorio que se prolongaba hasta la Costa del Pacífico en América Central, a la altura de Nicaragua. Comprendía un poco más de 1 100 000 km2. Posteriormente, de manera convencional, los investigadores dividieron el territorio de Mesoamérica en cinco regiones culturales, entre las cuales estaba el Altiplano Central, formado por la ciudad de México y Puebla.

TEMPORALIDAD

Para ubicarnos en el tiempo y el espacio de esta época es útil utilizar la correspondencia espacio-tiempo que aparece a continuación:
A) Aldeano.             Preclásico  3000 a.C. - 200 a.C.
Ciudades incipientes o urbanismo temprano  100 a. C. - 450 d.C.
B) Clásico o teocrático
Ciudades urbanas plenas 450- 750 d.C.
C) Epiclásico          
Ciudades Fortaleza   650 - 900 d. C.
D) Señoríos indígenas  1100 - 1350
E) Militarista. Estados, Imperios y Repúblicas 1350 - 1521

Aldea del Preclásico Superior.  Museo de Antropología e Historia, México D.F.

Ubicación de una “calle” y a lo largo se ubican las chozas de modo semi disperso. En el lado izquierdo de la maqueta, un espacio abierto “colectivo”.

 La comunidad y el uso de los espacios

En la Mesoamérica prehispánica se puede apreciar que el hombre primitivo tuvo que vivir de la recolección de frutos tanto silvestres como acuáticos, más tarde de la caza y la pesca sin abandonar la recolección. Por lo general eran nómadas y utilizaban herramientas muy rudimentarias; poco a poco se  fueron estableciendo en diversos sitios, casi todos cercanos a las fuentes de agua, en pequeños grupos que bien podemos llamar bandas, familias extensas o comunidades consanguíneas, lo que muy lentamente los condujo hacia una vida sedentaria. Quizá el cambio climático de húmedo a seco, propició el incremento de la recolección de productos vegetales, lo que a la larga también propició la aparición de la agricultura.  
Entre el año 7000 y el año 3000 a.C. surgió el milagro americano, el maíz, que durante mucho tiempo en sus inicios fue un sustento raquítico por su escaso poder nutritivo, una harinilla conocida como “pinole”, hecha al masacrar la pequeña mazorca después de secarla al sol, pero que sirvió y sirve como base alimenticia de la gente del campo.  
En la actualidad podemos decir que la ubicación de los primeros agricultores fue dispersa u orgánica, es decir, la población rural colocó sus primeros habitáculos o casas en la parte central de sus tierras; de hecho, actualmente en las áreas rurales del país aún se sigue dando este mismo patrón de asentamiento denominado disperso. Esta ubicación separada de las viviendas les permitía al mismo tiempo vigilar y cultivar sus parcelas.
Al originarse una mayor complejidad social, surgieron mayores concentraciones humanas, ya no familiares solamente o consanguíneas, sino de varios grupos o familias, y como consecuencia, crecieron y se desarrollaron las primeras aldeas, por lo que llamaremos aldea al conjunto de casas agrupadas en un solo lugar, conformada por una sociedad más compleja pero que vive en armonía o vecindad. Al asociarse, el hombre prehispánico originó la aparición de los primeros ranchos, cuadrillas, aldeas, pueblos, villas y, posteriormente, de las ciudades.
En estas aldeas al parecer no existía una marcada diferenciación social, ni tampoco un cuerpo sacerdotal propiamente como tal y el intercambio comercial y utilitario estaban en sus primeros balbuceos. Por lo tanto, no se encuentra diferenciación en los restos de las construcciones localizadas. Este cambio en el desarrollo urbano de las aldeas lo podemos observar con la maqueta que reproduce el sitio arqueológico de Montenegro en Oaxaca (Museo de Antropología, Sala Oaxaqueña), donde podemos apreciar por sus dimensiones que las viviendas tienen ya una jerarquización de ubicación, y de manera especial ya se ha abandonado el modo disperso de su asentamiento, además se pueden captar las características en cuanto a la habitación. Aquí se puede notar que hay una alineación a lo largo de una “calle” y que esta a su vez conduce a un área común o espacio libre que pudiera denominarse “Lugar Central”, quizá un espacio de uso colectivo donde se reunían para tomar decisiones con respecto a la comunidad.

El crecimiento de los centros ceremoniales

Dichos espacios originalmente se conformaron como un elemento simple y aislado, pero al crecer la población se multiplicaron simultáneamente no solo con basamentos religiosos, sino también con otro tipo de edificios de apoyo, añadiendo elementos al conjunto inicial. Sus formas y espacios cada vez se hicieron más elaborados hasta convertirse en verdaderos conjuntos religiosos. Dentro de los más singulares se encuentra el centro ceremonial de Cuicuilco, de forma circular y que a la fecha aún sigue siendo motivo de hallazgos inesperados. (22 de agosto periódico Reforma, sección cultural).
Algunos de estos sitios llegaron a desembocar en grandes ciudades y otros finalmente fueron abandonados por sus constructores. Es necesario mencionar que algunos de esos sitios sagrados que formaban parte de la naturaleza, siguen siendo motivo de visitas y ofrendas por  grupos indígenas actuales, como es el caso de la pequeña plataforma de la Xochipila, en Xicotepec de Juárez, la Sierra norte de Puebla, pleno corazón del actual asentamiento mestizo. Junto al lecho de un río ahora contaminado, el grupo totonaco aún llega con ofrendas a su sitio sagrado, ignorado por la sociedad contemporánea, ajena a su pueblo y costumbres.
Con la diversificación de la agricultura la comunidad se enriqueció, los poblados crecieron y se multiplicaron; la estructura social se tornó más compleja y apareció la magia, el curanderismo, el shaman. El entorno y la contemplación propician la aparición de las primeras divinidades: el viejo dios del fuego, el dios del Sol, el dios del agua, el dios la de la noche, el dios de las estrellas, el dios del monte. Durante este periodo muchas de las aldeas se transformaron en villas y en muchas de ellas apareció por primera vez una nueva construcción: el templo.
El templo sería más adelante el remate de una construcción escalonada en forma más o menos piramidal, establecida la mayor parte de las veces sobre una plataforma compacta de tierra y ubicada en el centro de la aldea. Junto a ella había un naciente complejo religioso y administrativo en forma de edificaciones que ocuparon necesariamente a los lados un lugar físico. De ahí en adelante, la vida de los habitantes giró alrededor de esta construcción realizada con fines no habitacionales sino de veneración, el templo, y desde ese momento procedentes de sus solares de cultivo los pobladores y/o tributarios acudieron al conjunto religioso tanto para realizar sus servicios religiosos como administrativos sin tener que verse obligados a abandonar por largos periodos sus espacios habitacionales y parcelas agrícolas. Al mismo tiempo, la clase y la calidad de las distintas construcciones nos permiten observar la complejidad de su evolución urbana. Suponemos que esta fue resultado de un cambio en la organización social, dándose entonces la diferenciación entre los distintos estamentos sociales e incluso en los diferentes grupos urbanos.

El gran valor de las ciudades mesoamericanas se respalda y complementa con la idea de que los hombres del nuevo mundo tenían la escala desarrollada ante una gran visión del universo, donde los espacios no se encontraban limitados o constreñidos por murallas, accidentes de terreno o por rudezas del clima.  Para ellos lo más importante era la centralidad del conjunto, donde los espacios se habían jerarquizado a partir de un punto principal que era donde se localizaba el recinto ceremonial mayor; estableciendo el principio del carácter abierto y la planeación previa estenográfica de los espacios comunitarios y procurando los accesos por calzadas, principalmente rectas, anchas y largas; como punto sobresaliente la orientación del conjunto arquitectónico cuidadosamente preciso de acuerdo con las posiciones y movimientos de los cuerpos celestes del espacio. Todo ello revela la planeación previa; el modo de vida al aire libre de los habitantes, cuyas actividades diarias se realizaban directamente bajo el cielo, sin necesidad de protegerse bajo un techo.

Aquí es posible permitirnos la libertad de especificar que no es válido para nuestro conocimiento el confundir las características del término europeo de una plaza medieval –ampliación de calles– con los espacios abiertos de un centro mesoamericano ceremonial, o aún más, con el área delimitada utilizada para los tianguis o mercados indígenas que en días específicos congregaban a los habitantes de la región para la venta o trueque de sus productos.
La plaza medieval fue una calle más amplia, delimitada generalmente por los edificios que formaban su perímetro dentro del sistema vial del cual era parte. Solía haber en este perímetro uno o más edificios importantes que daban razón a la ampliación de la calle. 
Un centro ceremonial en cambio era un conjunto de recintos delimitados principalmente por los muros de los basamentos de los templos con accesos marcados primero en las esquinas y después por accesos centrales, que solo indicaban los lugares de entrada, pero sin impedirlas o controlarlas. Posteriormente a ellos se llegaba por amplias calzadas rectas. En cada ciudad había un recinto ceremonial principal que marcaba su centro físico, corazón de las actividades religiosas, y este fenómeno arquitectónico se repetía a nivel particular en cada calpulli o barrio, donde se contaba también con un espacio ceremonial a menor escala, dependiendo de la importancia del lugar.

La plaza y la religión

Todas las culturas mesoamericanas fueron politeístas. El ser humano, los animales y los fenómenos naturales se concebían como parte de un continuo que abarcaba todo el universo y que era gobernado por leyes dialécticas. La observación de los astros estaba ligada directamente a los procesos socioeconómicos de las sociedades agrícolas, en consecuencia, el cosmos a su vez estaba personificado por muchas deidades, una por cada uno de los objetos que podían contemplar (en muchos de los sitios considerados especiales como Monte Albán, Xochicalco y Chichén Itzá se han encontrado observatorios astronómicos).
Más adelante, estos conocimientos darían la base para organizar el calendario, predecir el clima, armonizar las matemáticas, el conocimiento de la botánica y la zoología; los llevarían a las aplicaciones de la medicina, al mismo tiempo surgiría la escritura y con ella las primeras nociones sobre geografía, planimetría, arquitectura, etcétera. Esto definitivamente anclaba al hombre a su entorno, en consecuencia, los elementos de la naturaleza y la sociedad pasaron a formar una sola unidad.
Independiente de las labores realizadas por los recolectores, los pescadores, los cazadores y después por los agricultores, quienes fueron en sí las fuerzas o bases productivas principales de las comunidades, algunas personas especializadas aparecieron: desde pequeños aprendieron por contacto y tradición oral los conocimientos de la herbolaria, el uso de algunos animales y su aplicación como remedios o medicina; asimismo, aprendieron a leer las  posiciones de los astros. A estos se les reconocería como chamanes y más tarde como sacerdotes. Más adelante se convirtieron en una clase productiva, al ser útiles sus conocimientos climatológicos para la agricultura. Dichos conocimientos generaron una clase social que poco a poco se transformó en altamente poderosa, la cual tomó el control del grupo. Bajo el esquema anterior, en el periodo aldeano la plaza debió haber servido como el elemento arquitectónico-estructural más importante de la vida social de la comunidad y no solamente por las actividades de tipo religioso, sino por ser el punto de sus reuniones sociales y políticas.
La sede de la labor intelectual de los sacerdotes y observadores astronómicos, fue lo que los especialistas han llamado el “lugar o espacio sagrado”, en donde todo el entorno, todo el paisaje se encuentra así animado, sus detalles más mínimos adquieren una notable significación. El sitio o lugar se carga de historia humana, es decir, adquiere la categoría de “mito”, porque el hecho de su fundación no se presenta como un hecho aislado, sino como complemento de una acción espiritual. El sitio o lugar sagrado es parte de un complejo en el que participan varias circunstancias, hechos, personajes o seres, o simplemente el lugar que eligió un cuerpo de visionarios para realizar una ceremonia o rito aislado o periódico, transformándolo en sacro; por tanto, será el lugar donde surgirán las construcciones del centro ceremonial, el punto principal del asentamiento que en sí es la representación física del universo. Por lo tanto, el centro ceremonial es el resultado de la estructura esencial de los poblados, el lugar donde surgirá por vez primera un basamento piramidal o una enorme plataforma donde se coloca una choza o casa de varas, al que le van a llamar “templo”, donde se depositará la imagen preponderante de la deidad. Cuando el hombre pudo apreciar que el recinto que había construido para su deidad era demasiado pequeño como para albergar a más de dos personas, decidió que el procedimiento ceremonial debía realizarse lo más cerca posible, pero en espacios abiertos.
Por eso se puede afirmar que el espacio abierto que servía para las actividades comunitarias en todas sus versiones posibles, religiosas, y/o educativas, debía ser un espacio planificado pero mayor o equivalente al mismo basamento del templo. A este espacio en general, se le habilitó de una capacidad mayor que la necesaria para alojar a todos los habitantes de la ciudad, puesto que para estas actividades se esperaba recibir a visitantes externos en gran número, dependiendo de la solemnidad de la celebración. También se convirtieron en espacios restringidos al evolucionar los grupos en una sociedad teocrática más rígida, bajo el control total de la casta sacerdotal, que simbolizaba el poder político en ese momento.
Inicialmente, estos espacios abiertos que llamaremos de ahora en adelante “plazas prehispánicas, plazas ceremoniales, o plazas religiosas”, tendrán como nexos forzosos las estructuras piramidales, que serán los soportes de los templos, los lazos religiosos en una unidad básica; sin olvidar que en los pequeños núcleos urbanos también las plazas  funcionaron como espacios abiertos para las reuniones civiles o políticas del grupo, aunque estaba primordialmente se utilizó este espacio para la religiosidad ceremonial, influencia de los templos y de los edificios aledaños donde se ejercía el poder político. 

Las plazas religiosas y su entorno

Así surgió lo que podríamos llamar la ciudad mesoamericana, que fue un enorme escenario panorámico planificado hasta el horizonte y en el cual la sociedad señaló un punto de convergencia, la plaza, el sitio que ocupó un espacio especial para la realización del conjunto de actos externos respaldados por la tradición para rendir culto y expresar reverencia a sus dioses, el lugar o espacio considerado como la representación física del centro del universo.

Las plazas de tipo religioso aparecen como un elemento más de los condicionantes sociales y políticos de las comunidades. Fueron un elemento centralizante para reunir a la gente, ahí acudían todos aquellos jornaleros que se encontraban dispersos. El componente principal de estos complejos arquitectónicos fue el basamento piramidal y su templo, con una explanada que se desplegaba ante el conjunto con un pequeño templete construido a modo de promontorio trazado axialmente, es decir, al centro de estos espacios abiertos se colocó un altar para realizar en él ceremonias a la vista de los concurrentes.

Debemos hacer notar que al pie de ciertas escalinatas de acceso a los templos existían algunos monolitos o estelas, las cuales generalmente marcaban fechas relacionadas con la deidad o con quien dedicaba el templo. Los sitios por donde se accedía a las plazas en su mayoría era por los rincones, nunca de frente, es decir, por los sitios colocados en las esquinas a los cuales se llegaba por estrechas callejuelas de 1.60 metros máximo y que colindaban con otras plazuelas secundarias o con calles laterales. En la base piramidal del templo, sobre los dados o remates superiores de las alfardas que bordeaban las escaleras, se colocaban porta estandartes de animales totémicos, guardianes permanentes como el poderoso jaguar, las águilas o el coyote; o bien grandes braceros que ardían día y noche durante los 365 días del año. Así muchas de estas plazas adoptaron los nombres de las deidades: Plaza de la Noche, frente a la pirámide de la Luna, Plaza del Sol, Plaza de Tláloc. (Román, 1981)
De acuerdo con las necesidades, estos espacios surgieron poco a poco, rodeándose de otros edificios anexos como los administrativos, que solucionaban las necesidades de los hombres comunes. El crecimiento hizo que no solamente se incorporaran los servicios administrativos sino también los palacios y casonas de los principales del gobierno, convirtiéndose prontamente en sitios que correspondían a una elite urbana. De este modo, las nuevas construcciones fueron parte de la gran urbe en la mayoría de los casos. Este tipo de plazas tuvo una función destinada originalmente a ser un espacio ocupado por los grupos para las celebraciones religiosas colectivas, donde se manifestaban de mil y una formas: bailando, cantando, conversando e intercambiando lo mejor de su etnia y costumbres. Sitios especiales, en los cuales terminaba el peregrinar de los grupos indígenas, muchas de ellos durante los lapsos en los que no había ceremonias, se convirtieron en lugares ocupados por el público en general, sobre todo cuando todavía no era total el control de los sacerdotes.

Las plazas civiles y recreativas      

A partir de la segunda parte del periodo Clásico,  esto es, hacia el año 400 de nuestra era, y para los periodos siguientes del 650/900 al 1200, el Epiclásico y del 1200 al momento de la llegada de los españoles, la producción del campo permite el crecimiento de la población, las ciudades debieron haber aumentado los espacios abiertos para el uso colectivo, propiciados y tolerados ampliamente por la administración centralizadora y utilizados esencialmente en doble función política-civil y militar. Entonces las plazas pasaron a una nueva función, eminentemente civil en las que con el tiempo se hará más común el intercambio de información, el lugar donde se da fe del  acontecer diario y el sitio donde se comunica al pueblo de los avances o el progreso de una campaña militar, de una conquista o de las designaciones de nuevos funcionarios o dignatarios, el lugar donde los habitantes interpongan sus quejas y donde se les comuniquen las soluciones. ¿Pero qué sucedía en estas plazas cuando estas actividades no se realizaban? Todos los días anteriores o posteriores a una celebración religiosa, a una campaña política o a una nueva designación, entonces poco a poco apareció una nueva función, cuyo objetivo no era la ceremonia sino el ocio y la diversión.  
En un principio, como parte de la parafernalia ceremonial, a las grandes plazas ceremoniales o sagradas se les agregó el templo abierto conocido como el “juego de pelota, o Tlachtli”, que fue utilizado para celebrar por su conducto el paso de los astros o planetas por el cielo. La pelota representaba a los planetas y el espacio de la “cancha” al cosmos, por lo que era primordial en ellos la orientación y la posición de los templos de homenaje. Estos se colocaban en un extremo de la plaza principal, ocupando todo un lado, como en el caso de Tajín, Tula, o Chichén Itzá, en otros sitios estos juegos de pelota los encontramos ubicados en plazas secundarias o anexas. Existe también la problemática de que en una misma ciudad existían varios “tipos” de juegos de pelota, un ejemplo de ello son los localizados en la zona arqueológica de Cantona, Puebla, donde entre los 24 excavados, hay una estructura de dimensiones pequeñas, que estiman los especialistas, fue quizá para niños o personas de escasísima estatura (imagen). Hemos visto que la tipología de estos espacios varía en cada comunidad y región, así como las dimensiones de sus limitantes arquitectónicas.
Con el tiempo, estos “Tlachtle” o espacios bordeados a su vez de muros o templos, fueron utilizados en otras celebraciones que no fueron precisamente religiosas, sino populares donde se competía y apostaba a los jugadores de acuerdo a la situación social y religiosa de cada individuo de la comunidad, es decir, se transformaron en diversiones. Esto los sitúa en la esfera del poder y de la historia en Mesoamérica pero también de acuerdo a la región y época modificó las características de tipología, la importancia y significado de la comunidad. Debido a las dimensiones de la zona mesoamericana, la cifra rebasa el número de las instalaciones deportivas griegas o romanas, considerando así que el juego de pelota superaba estos eventos en su papel de rito o de deporte. De acuerdo a las investigaciones de los arqueólogos, se han encontrado hasta la fecha más de 1500 canchas de juego de pelota, que además de ser una práctica deportiva milenaria tuvo un papel ritual político y posiblemente económico.
La práctica del juego va a estar representada en la morfología de sus canchas, podríamos decir que inicialmente el modelo más homogéneo del altiplano mexicano sería el compuesto por un espacio bordeado de dos edificios y cada estructura compuesta por un talud de dimensiones e inclinación variables, en cuyas paramentos paralelos estrechos entre sí hay uno o varios marcadores o un aro central, coronado por una cornisa de algunos metros de altura. Algunas veces los extremos de las canchas estaban abiertos, otros tenían extremos limitados por altas paredes de plataformas donde se desplantan construcciones religiosas, dándole al espacio un carácter de una plaza cerrada. A estos juegos se les conocía como plantas de “H” o de doble “T”. 

De acuerdo con varios autores (el juego y su simbolismo no siempre necesitaron de espacios arquitectónicos para existir), en muchos poblados en sus relaciones o códices se habla de “Jugar Pelota” pero no existe en los sitios una construcción arquitectónica o una cancha definida. También en muchos petroglifos y documentos indígenas junto a los templos y las plazas encontramos representado al juego de pelota, y en varios de los documentos del siglo XVI se nos indica que además de las ceremonias y ritos políticos relativos al juego, los funcionarios y la nobleza jugaban a la pelota.

Sin embargo, la evolución de las canchas y  del juego no refleja una unidad simbólica dentro de la práctica; por los grupos que la ejercieron, hay muchas hipótesis al respecto en relación a ese simbolismo: era en sí un ceremonial guerrero, que representaba las luchas astrales, los ritos de fertilidad, o simplemente el papel de la lucha económica. En una interpretación mágica de este espacio y de acuerdo a la posición de la cancha, normalmente con estructuras más bajas que otros edificios, representaría el sitio donde el gobernante o sacerdote se enfrenta a las fuerzas del inframundo para finalizar la temporada de secas y asegurar la vida con el renacimiento de la vegetación, conformando por tanto un “rito de fertilidad”.

En la población de Tlaxiaco en el estado de Oaxaca, enclavada en la mixteca alta, se realizaba uno de los más grandes “tianguis” regionales del Altiplano. Actualmente el mercado oferta las más bellas piezas en trabajos de cestería y jarciería con materiales de la región, así como las más exóticas combinaciones culinarias, como el dulce de tomate y calabaza envasado en atractiva presentación, herencia ancestral de la riqueza astronómica indígena.                      

Las plazas del tianquiztli

En las sociedades indígenas, la necesidad de intercambiar productos dio origen a espacios exclusivos para comerciar. La sociedad obtuvo excedentes de producción e inició un proceso organizado para su intercambio; una vez resuelto el problema de abastecimiento de la comunidad, aparece el trueque y después se inicia el proceso de la comercialización, principalmente entre los poblados cercanos. Por lo que podemos decir, que estos pueblos tuvieron que recurrir a un espacio físico donde se debió realizar el comercio, por lo que se eligió un espacio o explanada abierta, que en muchos casos con el tiempo se techaría, y a donde llegaban específicamente los mercaderes a realizar el trueque. A este sitio se le conoce en lengua náhuatl como tianquiztli, omercado.
Fray Juan de Torquemada hizo mención de los mercados del México prehispánico:
…Numerosos son los testimonios que se conservan acerca de los mercados y el comercio en el México prehispánico. Por una parte, están las noticias de algunos de los conquistadores, que como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, expresan su admiración por la grandeza, buena policía y variedad de productos de los tianguis o mercados, particularmente el de Tlatelolco. Por otra, cronistas como Sahagún, Durán y Motolinia transcriben no ya solo lo que pudieron ver en los mercados posteriores a la Conquista, sino también los informes y relaciones que sobre ellos obtuvieron de sus informantes indígenas. En el Códice matritense de la Real Academia de la Historia se conservan varios textos en idioma náhuatl que permiten el estudio en forma directa no únicamente de los mercados, sino también del comercio y la vida económica de México-Tenochtitlan.
Hay que aclarar aquí que en principio estas áreas no fueron ocupadas o utilizadas en forma permanente sino en forma periódica, por lo que recibió el nombre de macuil tianquiztli, mercado de cada 5 días, pensamos nosotros que en él se adquirían productos que en su mayoría eran perecederos y que solo podían durar utilizables en manos del consumidor este tiempo sin dañarse, debido a las carencias para almacenarlos. Como respuesta básica para complementar las necesidades de las familias que viven en este tipo de concentraciones, hizo que surgiera un sitio donde fuese el punto de encuentro, compromiso y comunicación; no solo de venta de mercaderías, sino un elemento fundamental en la estructura social y cultural de los pueblos. Podemos decir también que el tianquis se daba de acuerdo a las cantidades y procedencia de las mercancías.
Los macuil tianquiztli por principio se darán en las zonas limítrofes y cercanas a los núcleos de viviendas o poblados. En muchos casos, estos espacios los encontramos ubicados dentro del núcleo central de la comunidad, o en las afueras de “la traza” de la población. Conforme se avanzó en complejidad de la sociedad, encontraremos mercados regionales que podríamos llamar fijos o permanentes, que hemos localizado en sitios de alta producción o en una ubicación donde confluyen caminos y/o rutas tradicionales de comercio de los diversos grupos de la región. Muchos de estos mercados perduraron desde tiempos clásicos hasta la llegada de los hispanos y han sido considerados posteriormente de gran importancia; ejemplo de ellos son: los de Atzcapotzalco, Tlatelolco Tianguismanalco, Tianguistengo (en el Estado de México) , por lo que Torquemada dedicó un estudio a uno de ellos “… dedica al estudio de los mercados y el comercio, incluimos aquí el referente a los tianguis de la ciudad de México, en particular los de Tlatelolco del barrio de San Juan y de San Hipólito”), incluimos otros más como lo son Tlaxiaco (en Oaxaca), Itzocan y Tepeaca (en Puebla), y muchos de los sitios de la zona maya, donde en varios se cuenta con áreas de mercado, un ejemplo es el tianquiztli, localizado y excavado en Tikal, que resultó ser una enorme explanada rodeada, como la de Tlatelolco, de locales y bodegas donde depositaban las mercancías.
Alrededor de muchos de estos mercados se generaron prontamente  barrios, de acuerdo a muchas especialidades: alfareros, tejedoras y bordadoras de ixtle y de algodón, tejedores de cestería y esteras, lapidarios y curtidores, preparadores de pinturas y de papel de amate, diseñadores y dibujantes de la pluma. Esto dio origen a un entramado local y particular que a su vez generó nuevos espacios para el trabajo y propició la más rápida comercialización de los productos, ubicándose así barrios cercanos a las plazas del mercado en pequeños espacios, o bien en plazuelas menores que las marcaron con una función específica dentro del entramado ámbito de la comunidad, en muchos casos quizá más enfocados a todo lo relacionado con los productos religiosos y de apoyo a los peregrinos. Dadas las necesidades inmediatas de los habitantes, muchos de estos mercados tuvieron la necesidad de contar con jueces que regularan los precios y dirimieran las disputas entre comprador y vendedor, además de que los grandes comerciantes también tuvieron la necesidad de contar con tlacuilos  (escribanos) para hacer contabilidades y anotaciones sobre lo vendido y los impuestos cobrados y pagados. Además tenían que llevar una relación de quienes los proveían de lo necesario, así como del personal para llevar, traer y transportar las mercancías y de todo aquello relacionado con la cotidianidad del comercio.
Por lo que, podemos añadir lo que Torquemada describió de los mercados del México prehispánico:
“…Y volviendo a nuestro tiánguez mexicano, digo que las cosas que son de más pesadumbre y embarazo, como piedra, madera, cal, ladrillo y otras de esta suerte, dejábanlas en las canoas o las ponían a la lengua del agua  para que allí fuesen a comprar los que quisiesen. Traíanse (y tráense hoy día) al mercado esteras finas y gruesas, que llaman petates, de todo género. Pero las finas son pintadas a modo de alfombra, de manera que se pueden poner en la cámara de cualquier señor, y de éstas usaban los reyes en sus salas y recámaras. Traíase a este mercado carbón, leña, ceniza, loza  y toda suerte de barro pintado, vidriado y muy lindo, de que hacen todo género de vasijas, desde tinajas hasta saleros.
Tráense cueros de venados crudos y curtidos con su pelo y sin él, de muchos colores teñidos, para broqueles, rodelas, cueras, zapatos, aforros de armas de palo, asimismo cueros de otros animales y aves, adobados con su pluma y llenos de yerbas, unas grandes y otras chicas: cosa cierto, para ver los colores y extrañeza. La más rica mercaduría es mantas, y de estas muchas diferencias; son de algodón, unas más delgadas que otras, blancas, negras y de otros colores; unas grandes, otras pequeñas, unas para cama, damascadas riquísimas, muy de ver, otras para capas, otras para colgar, otras para calzones, camisas sábanas, tocas, manteles, pañizuelos y otras muchas cosas.
Téjense las mantas ricas con colores y aun algunas después de la llegada de los castellanos, con hilo de oro y seda de varios matices. Las que se venden labradas tienen la labor hecha de pelos de conejo y de plumas de aves muy menudas, cosa, cierto, de admirar. Vendíanse también mantas para invierno hechas de pluma, unas blancas y dan mucho calor. Venden hilado de pelos de conejo, telas de algodón, hilaza, madejas blancas y teñidas.
La cosa más de ver era la volatería que se traía al mercado, aunque ahora no se trae tanta. Porque no se ocupan en ello tanto los indios como solían, y es la causa haberse apocado todos los indios, y haberse dado a otros oficios más caseros los que quedan y porque ya no son las lagunas tan frecuentadas de estas aves, porque los pastos los tienen agostados los ganados que andan por ellas. Y porque los nuestros (aunque no siempre) algunas veces les hacen mal a los que en esto se ocupan, quitándoles  las redes y haciendo otras vejaciones. Y esta es la causa, y no decir, como dice Herrera, que es la demasiada libertad que tienen, pues aún no les ha quedado para dormir en sus casas muchos de ellos, según andan huyendo de servicios inmensos que sobre ellos cargan. Y era tanta esta cantidad, que no tiene número; porque demás que de estas aves comían la carne y vestían la ropa y sacaban otras con ellas, era mucho para ver sus colores y diferencias, unas mansas, otra bravas de rapiña, de aire, de agua y de tierra.
Lo más rico, que al mercado se traía eran las obras de oro y plata, unas fundidas, otras labradas de piedra con tan gran primor y sutileza, que muchas de ellas han puesto en admiración a los muy diestros plateros de Castilla, tanto, que nunca pudieron entender cómo se habían labrado. Porque vieron golpe de martillo, ni rastro de cincel, ni de otro algún instrumento de que ellos usaban, de los cuales carecen los indios. Traíanse también obras de pluma, cuya hechura pone admiración y todo está tratado en otra parte.”

Maqueta del Mercado de Tlatelolco en el Museo de Antropologia e Historia. Ciudad de México, D.F.
                         Mercado de Tlateloco                                                Vista de zona porticada

TLALTELOLCO (plaza – mercado)
Los mexicas fueron el último grupo que arribó a la Cuenca de México. Nos cuenta la historia que después de su peregrinaje, el grupo buscó primero refugio en un paraje cercano al señorío chichimeca-tepaneca de Atzcapotzalco, pero los lugareños los alejaron, refugiándose los mexicas en “Chapultepec”, como grande era su “necesidad”, fueron y robaron comida y mujeres a Atzcapotzalco, lo que causó gran enojo y molestia. Los tepanecas buscaron la alianza del señor de los colhuas, y juntos los combatieron, derrotándolos y sujetándolos como trabajadores, Atzcapotzalco tomó para servirse de ellos a la mitad y los de Culhuacan la otra mitad. Los tepanecas obligaron a sus vasallos a trabajar en las islas de sal que se encontraban al oriente de su señorío, y ellos pidieron a Tezozomoc, señor de Atzcapotzalco, permiso para establecerse en la isleta sin sal a la que llamaron Tlatelolco, “montículo de arena”, hasta ese momento deshabitada, fundaron un caserío. El príncipe tecpaneca les concedió también un pariente para que fuera su gobernante en el año de 1351, y desde ese momento se les conoció como mexica-tlatelolcas.
A la muerte del gobernante (1409), su hijo asumió el poder, fundó un tianquiz que se encontraba en una isleta cercana (el lugar actual del mercado de San Juan), Con el tiempo lograron acaparar la sal que no tributaban a los tepanecas y comerciar con ella, el intenso comercio fortaleció a los mexica en política y comercialmente, al grado de lograr independizarse de Atzcapotzalco gracias a las alianzas matrimoniales con la casa del príncipe Tezozomoc, pero a la muerte de este empezaron nuevamente sus penurias, por lo que junto con los tenochcas y los texcocanos tuvieron que lanzarse a la revolución.   
Para el año 1428, los pueblos del centro y noreste de los lagos centrales del altiplano, buscaron su independencia de los tepanecas de Atzcapotzalco, para lograrlo  establecieron la mal llamada Triple Alianza ya que en realidad se encontraba conformada por 4 señoríos, México-Tenochtitlan, Texcoco, Tlacopan  y Tlatelolco.
Después de su separación de Atzcapotzalco, y a la conquista de los demás pueblos antes sujetos a los tepanecas, los primeros tres pueblos se repartieron los tributos de los pueblos conquistados y dejaron a los tlatelolcas el manejo de los mercados y de las mercancías, recibiendo el nombre de “Pochtecas” los encargados de tales menesteres. Estos se encontraban organizados conforme a una estructura militar y eran considerados comerciantes guerreros.  
La organización de la Triple Alianza, propició la expansión de los mexicanos al territorio de los señoríos de la Cuenca del Río Lerma (en el Estado de México), de los alrededores de los grandes lagos, la Cuenca de México, y en la Cuenca del río Puebla-Tlaxcala, extendiéndose hacia el norte de Veracruz, Oaxaca e incluso el Soconusco, Chiapas. 
En los poblados de Atzcapotzalco y de Itzocan, el “imperio” estableció un “mercado de esclavos” (los mal nombrados esclavos, personas que habían sido grandes guerreros conquistados en batalla, los cuales eran consideradas las máximas ofrendas ceremoniales, es decir, estaban destinados a ser sacrificados en la piedra de sacrificios del “Templo Mayor”, ellos eran cuidados como príncipes y debían estar bien comidos y bien tratados, lo cual se hacía durante todo un año).  
Las rivalidades entre los componentes de la alianza propiciaron grandes conflictos que provocaron entre otras cosas el derrocamiento de los señores tlatelolcas y el dominio de este pueblo por el mexica, el cual terminó por controlar todo el mercado los tenochcas y, en consecuencia, recibir todo el caudal de beneficios.
La función de este mercado fue expender toda clase de mercancías que se daban o se producían en Mesoamérica: perecederos, cárnicos y pescados de laguna, río y mar, productos artesanales de todo tipo, animales vivos, pedrería suntuaria y utilitaria, así como una serie de productos que salían para la venta a otros mercados y otras regiones, lo que generó no solo el establecimiento de la gente especializada (por lo que podríamos considerar a Tlatelolco como ciudad preindustrial, sobre todo por los barrios establecidos en los alrededores), sino también propició una tipología especial en la vivienda, compuesta por amplios patios donde se trabajaba al aire libre, se utilizaban materiales importados y las habitaciones se encontraban en el fondo o al lado, para poder depositar en los espacios libres los materiales y así trabajar más libremente y en el volumen requerido. 
Además de los datos proporcionados por los arqueólogos, comentaremos que existe de este mercado la reseña histórica de los cronistas de Indias, por ejemplo, la de don Bernal Díaz del Castillo, que nos habla de las características que apreciaba del “tianquiz” de Tlatelolco durante el recorrido que hizo junto con Hernán Cortés:   
… iban muchos caciques de Montezuma para que nos acompañasen ; desde que llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían . Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada género de mercaderías estaban por sí y tenían situados y señalados sus asientos. Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas y plumas y cosas labradas, y otras mercaderías de indios e indias esclavos y esclavas digo que traían tantos de ellos a vender a aquella plaza, como traen los portugueses los negros de Guinea, y traianlos atados en unas varas largas con collares a los pescuezos, porque no se les huyesen y otros dejaban sueltos…
… ya querría haber acabado de decir todas las cosas que ahí se vendían y que eran tantas de diversas calidades que para que lo acabáramos de ver e inquirir, que como la gran plaza, estaba llena de tanta gente y toda cercada de portales, en dos día, no se vería…
… Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla, en toda Italia y Roma, que plaza tan bien compasada, con tanto concierto y tamaño y llena de gente no la habían visto...

Las nuevas alianzas de sangre entre las familias más encumbradas, contribuyeron al nacimiento del Príncipe Cuatémoctzin Xocoyotli Tlacatecuhtli, quien desde 1515, a la edad de 13 años, fue el segundo gobernador militar de Tlatelolco y después su señor. Fue en este espacio que funcionó el mercado más grande del mundo indígena, como el símbolo del poder económico más fuerte de Mesoamérica, el mexica. A lo que podemos agregar lo que Torquemada relata de Tlatelolco:

 … Había y hay hoy día en toda esta tierra de Anáhuac, en muchos de sus pueblos, mercados que ellos llaman tianquiztli. Y son los lugares donde salen a sus contrataciones, tan grandes y tan espaciosos, que no se sabe ciudad del mundo que más anchurosos los tenga. En especial las ciudades y pueblos grandes, como son Tlaxcala, Cholula, Tepeyácac, Huexotzinco, Tezcuco, Xuchimilco y todos (finalmente) los que tienen algún crecido número de gente, que son sin número.
Y por no dilatar este capítulo a cosas casi infinitas, las reduciré todas a los de esta ciudad de México. Porque vistas aquí, se podrán por ellas entender las de todas las otras partes de la tierra. Tiene esta excelentísima ciudad, en cada plazuela y lugar medianamente desocupado, todos los días mercados de comer. De manera que para proveer los castellanos y los indios sus casas, no hay menester salir lejos. Fuera de estos mercados hay otras plazas, donde es el concurso de la mayor parte de la gente. Pero sin estas, tiene otros tres lugares muy principales, el uno de los cuales es la Plaza de Santiago Tlatelolco, donde concurría, en tiempo de su gentilidad y después de cristianos muchos años, toda la gente a vender y comprar las cosas necesarias al trato humano. Pero por parecer algo lejos, se traspasó este trato y comercio a los otros dos, donde a ciertos días de la semana concurre gran multitud  de indios a este ministerio dicho.
El primer tianquiztli, que es el de la parte de Santiago, es una plaza cuadrada, rodeada por las tres partes de portales y tiendas, y en la una acera está el tecpan, que son las casas de Cabildo y Audiencia, y en ellas asiste y vive el gobernador de esta parte de ciudad. La cuarta acera ocupa el convento y casa del Apóstol Santiago, que es de frailes Franciscos. En la mitad de esta plaza, que es una de las mayores del mundo, estaba la horca y una muy hermosa fuente, cuya agua se trajo a ella por los frailes de San Francisco en su principios, y no por los castellanos como dice Herrera, aunque la segunda vez que se metió la de Azcapotzalco, que es una legua al Poniente. Hizo el costo la ciudad en lo tocante a los materiales, pero los frailes la trajeron y los indios la trabajaron.

En esta plaza hay mercado ordinario, pero no de mucha gente, por haberse pasado el trato a los otros dos y estar ya hechos los indios a ir a ellos. Y es en tanto extremo, que siendo yo guardián de aquel convento y deseando reducir las cosas en alguna manera a su antiguo uso, solicité con el marqués de Salinas, don Luis de Velazco, el segundo, luego entró a gobernar esta segunda vez, que mandase que hubiese trato y mercado general en aquella plaza algún día de la semana, por la conservación del pueblo. Y se ordenó que lo hubiese los viernes y se pregonó. Y aunque el primero lo hubo de los mismos de aquella parte, que fue mucho y muy concertado y vistoso, no quisieron los de los otros barrios concurrir. Y así el segundo, cuando pensamos que fuera más, fue menos. Y el tercero casi ni hubo gente, porque viendo los del pueblo que sus vecinos no venían, los fueron a buscar. Hubo rigor para que se sustentara este mandato y no aprovechó. Finalmente ya este mercado y plaza, más sirve de memoria de haber sido de ser.
El mercado ordinario de esta ciudad, es el que está en la población de San Juan, que es una plaza también muy grande de suerte que en cita y en la pasada caben cien mil personas con sus mercaderías. Había todos los días de la semana gente en este mercado o tiánguez (que así le llamaban los españoles, sin haberle quitado el nombre de los indios, así como también  se les ha quedado el de otras muchas cosas), y después en tiempo del virrey don Antonio de Mendoza y el visitador Tello de Sandoval, se ordenó que la gente que  acudía a estos dos tiánguez cada semana, se juntasen miércoles y jueves en otra plaza muy grande, cerca de la población de los castellanos, que como entonces eran pocos, distaban mucho estos mercados de sus casas. Pero ahora ya caen dentro de la ciudad española, y aun en los callejones de los indios hay muy pocos que no tengan muchos moradores, así castellanos como mestizos y mulatos.
Este tercer tiánguez se llama de San Hipólito por estar cerca de la iglesia de este santo, abogado de la ciudad y haberse ganado este día, según dicen algunos, aunque según otros fue el día de Santa Clara. Pero porque no reza universalmente la iglesia de ella y por consiguiente manera no estaba en el calendario y tabla general del rezado esta santa, no la hallaron en ella cuando quisieron notar el día Y así pasaron al inmediato, que se le sigue, donde están los benditos santos Hipólito y Casiano. Y esto he dicho, aunque en plática de tiánguez, para  que lo sepan los que salen a él.
 A este tiánguez acuden de todos los pueblos de la laguna, y era de manera la gente que se  juntaba en este tan grande mercado, que apenas se podía andar por él a caballo ni a pie, y eran tantos los contratantes, que no oso decir el número porque parecerá fabuloso al que lo oyere y no lo hubiere visto. Porque cierto no había hormiguero de tanto bullicio como antiguamente lo vi, y no era entonces de muchas partes, una de lo que antes era. Muchos vienen a comprar, y otros sin cuento, a ver lo que se vende. Las más son mujeres, debajo de unos tendejones o sombras que hacen para la defensa del sol. Tienen las mercadurías puestas en el suelo y cada una conoce y tiene su asiento, sin que otra se lo tome, porque viene corriendo desde su gentilidad entre ellos, así en éste como en todos los mercados de esta Nueva España, tener cada oficio su asiento  y lugar. Y cada mercaduría tenía su sitio. A causa de este mercado, como por la laguna vienen los más a comprar y vender, había tantas canoas en la acequia que le corresponde, que cubrían el agua.
En los otros pueblos grandes, que los nuestros llaman cabeceras de provincia, dice el padre fray Toribio Motolinía que tenían entre sí, por barrios, repartidas las mercadurías que habían de vender. Y así los de un barrio vendían el pan cocido y los de otro el chile y otros sal y de otro el mal cocinado. Y los que se ocupaban en una granjería, no podían atender a otra, que era curiosidad harto notable. Pero todos, en común, podían vender centli, que es maíz en mazorca, cuando se cogían los panes y después en grano.
Por otro lado, diremos que Cuitláhuac fue un notable personaje de los mexica, que escenificó las más cruentas batallas ante los castellanos, como lo fueron las de “La Noche Triste” y la de Otumba. Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco, fue el sucesor de este señor cuando él muere por el contagio de la viruela. El gran Cuauhtémoc, último opositor de la conquista, hizo por tanto a Tlatelolco el último bastión de la resistencia mexica. Al caer, se pierde la batalla ante los españoles, el 13 de agosto de 1521, y lo toman prisionero.

TIPOLOGÍA

Las plazas abiertas (espacios planeados)

Estas plazas eran todas  destinadas al uso y servicio de los habitantes comunes, donde podían servir para el intercambio y socialización del grupo. Sea para un uso de tipo comercial informal, religioso o social (danza, música y canto).  Muchas de ellas no tenían una forma regular, se extendían en los remanentes de la población o en las zonas limítrofes de los poblados organizados a modo lineal y eran donde se establecían los tianguis ocasionales.

Plaza -colectiva

Las formas regulares de las plazas establecidas en las ciudades principales que se estructuraban ortogonalmente, y aun las que tenían formas más distendidas o abiertas, que les permitían ciertas libertades de solución, especialmente las del periodo Clásico Maya, como las que se localizan en Tikal, Copan, Uaxactún, Quiriguá, Kaminaljuyú, y aun en el altiplano como las de Teotihuacan, Tajin, Xochicalco y el Tlachihualtepetl. Espacios donde el habitante común podía circular, y que servían de enlace entre calles, callejones y grandes avenidas.

Las plazas cerradas

Este tipo de plazas correspondía a funciones de tipo religioso donde solo los sacerdotes, podían estar en ellas, sitios solo para los iniciados donde se ofrecían los sacrificios a los dioses. Estas plazas se encontraban limitadas por patios altos o plataformas, o escaleras intermedias que impedían al que estaba en el exterior poder mirar o presenciar la parafernalia que ellos realizaban. En ellas se encontraban los elementos de equipamiento necesarios, como lo eran las estelas fechadoras o conmemorativas, templetes o adoratorios, portaestandartes, pebeteros, etcétera. Había también plazas que correspondían a lujos constructivos, sitios verdaderamente singulares, de pisos bruñidos, o cubiertos de mica, algunos con decoraciones e incrustaciones ceremoniales para caminar sin sandalias si fuese necesario, patios enlosados perfectamente junteados.

Las plazas secundarias

Eran espacios de una importancia menor, aquellas plazas que funcionaban como nexos entre las calzadas y otros espacios abiertos en la ciudad, sitios que se destinaban para uso del hombre común y que le permitía transitar entre los sitios permitidos. Algunas de estas plazas obedecían a los trazos y lineamientos ortogonales de la gran ciudad y en las poblaciones menores quizá aun con formas irregulares se integraban a los lineamientos urbanos del poblado. Servían para guarecerse en algún espacio de ellas y pasar la noche con el solo acompañamiento de una estera o petate. Funcionaban para interrelacionarse comercialmente en ese mundillo profundo y singular del trueque circunstancial previo a las ventas, o posterior a las mismas. Funcionaban también para identificar a los espías de los grupos enemigos por medio de la observación, albergaba también a los peregrinos.

Plazas -  mercado

Este tipo de plazas fueron aquellas que se establecieron a partir de las necesidades y funciones de una población en crecimiento, que tal vez surgió de las negociaciones y alianzas entre los diferentes grupos con excedentes agrícolas y productos locales de alto consumo. Una de ellas fue el famoso Tianguis fijo o mercado de ciudad u otro de dimensiones mayores que pudo haber sido un Tianguis Regional. En Teotihuacán para el año 400 de nuestra era, ya existía un espacio destinado al mercado, con una disposición delimitada ubicada frente a la Ciudadela. Su trazo era rectangular, con desniveles para albergar los diferentes géneros de mercaderías. Desafortunadamente, el establecimiento del museo de sitio de 1960 sobre el área, no nos permitió tener mayores conocimientos sobre el mismo.

Detalle del espacio del mercado Teotihuacán
El otro ejemplo sería el tianquiz de Tlaltelolco, que lo describen ampliamente los cronistas. Es interesante la idea que tenían de la articulación de los espacios y de su rico entorno. En la descripción de la plaza – mercado, la función estaba totalmente definida, soportada, trazada y debidamente organizada. (Imágenes del Museo de Antropología):
...y así dejamos la gran plaza sin más verla y llegamos a los grandes patios y cercas donde está el gran cu tenía antes de llegar a él, un gran circuito de patios, que me parece que eran más que la Plaza que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor, de calicanto y el mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes de losas blancas y muy lisas y adonde no había de aquellas piedras estaba encalado y bruñido y muy limpio que no hallara ni paja ni polvo en él.
Tlaltelolco no solo estaba ocupada en sus alrededores por los mercaderes, personal administrativo y viviendas de los principales; en las inmediaciones se encontraban también las gentes de servicio para la carga y descarga, acarreos tanto de mercancías como de personajes; así desde épocas tempranas tomó forma el tan famoso barrio de Mecapalapa o de los cargadores de bultos, lo cual realizaban por medio de un lazo que sujetaban de su cabeza, llevando la carga así sujeta y esta en la espalda, al lazo sujetador llamaban ellos “mecapal”; ese barrio se encontraba localizado junto a un desembarcadero de uno de los grandes canales que venían desde el sur de una población llamada Ixtapalapa, hoy el barrio sigue siendo uno de los de mayor intercambio de mercaderías en el centro de México, el denominado barrio bravo de Tepito.

Expresión formal

El diseño de las plazas

Las plazas prehispánicas fueron diseñadas en forma rectangular o cuadrangular, se encontraban por lo general limitadas por tres o cuatro basamentos piramidales, y en ocasiones por más edificios, como es el caso de la gran plaza central de Monte Albán. Los edificios y el espacio de las plazas estaban normados por la observación de los astros, por tanto, su orientación era astronómica.
Los elementos arquitectónicos de las plazas correspondían a trazos ortogonales concebidos a partir del conocimiento del espacio geométrico, logrando su trazo sobre ejes hechos desde puntos de apoyo ubicados en las elevaciones, de los cerros próximos de acuerdo con la desviación del sol y la orientación cambiante de los solsticios o equinoccios.
Las plazas pueden encontrarse a nivel del terreno, o sobre grandes plataformas, o bien a diferentes desniveles entre los edificios (Teotihuacán). Es casual encontrar al centro de ellas un basamento de escasa altura, que muchas veces marca la pauta para la orientación y distribución de los edificios anexos. Para el caso de la zona maya, en muchos sitios arqueológicos  no se cumple con las premisas anteriores ya que se ha dado el caso de que muchas de las plazas son totalmente irregulares.  Así podemos seguir los estudios en cuanto al trazado de las plazas, que podríamos decir que alcanzan su máxima expresión en la Ciudadela, donde el espacio logrado corresponde en sus mediciones con los trazos de la ley pitagórica. (Peter, 1976)                                                                         

LAS TRAZAS PRIMITIVAS Y SUS PLAZAS                                    

Plataformas

En Mesoamérica, como en muchas otras partes del mundo, para hacer destacar los recintos, casas o templos especiales de la monotonía de los caseríos de los pueblos, se construyeron plataformas de tierra. Lo anterior sirvió para jerarquizar la posición de las clases más altas, asentando sobre las plataformas pequeñas estructuras o templetes a la casa sagrada, es decir, al templo. En muchos casos se hacía sobre otro pequeño terraplén, como se puede observar en el sitio arqueológico de Tlapacoya, Estado de México.
En consecuencia, los primeros espacios logrados debieron haber sido simplemente los que dejaban los montículos entre sí, las plataformas de tierra, es decir, aquellos que fueron utilizados para colocar sus casas, a los lados, o al frente, espacios planos o libres que quedaban siguiendo la pendiente natural del terreno en reposo. Al principio, el simple uso de las chozas sobre las plataformas en poco modificó la sencilla estructura del poblado, la cual se haría más compleja al surgir los palacios o simplemente los galerones más grandes, que crecieron ante la diversidad del grupo. En el trazo y diseño de las plataformas terminadas en planos inclinados, el hombre para impedir el desplazamiento de la tierra, colocó un soporte de piedra en sus extremos, con lo que apareció el muro inclinado o talud. Así las plataformas “más lujosas” terminaban en talud o plano inclinado, característico de la arquitectura mesoamericana.
Para el caso de los edificios religiosos, la mayoría se iniciaron sobre dobles plataformas en los promontorios más altos del poblado para con esta elevación artificial diferenciarlos, destacándolos y dignificando el espacio construido. El desarrollo social permitió la aparición de las primeras construcciones de adobe con paredes verticales; en el altiplano mexicano por su régimen de lluvias también surgieron los primeros techos planos con leves inclinaciones. En muchos casos para conservar la estabilidad de estas primeras paredes se colocaron pequeños contrafuertes en forma de talud en sus bases, siendo las primeras las más antiguas .
Se ha determinado sobre todo en la zona maya que, de acuerdo a la complejidad cada vez mayor de los ritos religiosos, los basamentos fueron más elevados y se superponieron unos sobre otros, anexando nuevos elementos arquitectónicos y urbanos al conjunto, hasta formar verdaderos complejos urbanísticos. Para los mesoamericanos, la concepción del ciclo sagrado era la montaña, en la cual el sol asciende en la mañana y baja por la tarde, de modo que su pendiente celeste imaginaria y real se escalona como las de un gigantesco edificio de cubos superpuestos, como un monte o montaña artificial que la mayoría de las veces va creciendo hasta conformar grandes volúmenes de material coronado por los templos. Tal es el caso de la gran pirámide de adobes de Cholula, el famosísimo Tachuihualtépetl (montaña hecha a mano), que se caracteriza por ser la construcción de una pirámide escalonada con varias superposiciones hasta conformar la estructura ritual más grande de todas las culturas (420 m de base) y también la más alta (más de 85 m de altura) y la cual se convirtió en el símbolo del cielo. 
Otros espacios a modo de “plazas”, sin plataformas, y que también se encuentran en esta primera etapa, son aquellas que se aperturan en la acumulación incipiente de viviendas y que sirven inicialmente como marco a la casa principal del señor y posteriormente se convirtieron en la plazuela de la comunidad. Quizá estrictamente lo fue también un sitio irregular, que dada la tendencia de orden y trazo geométrico persistente en todo cuanto se edificaba, pudo reorganizarse siendo más adecuado para el poblado, marcando directrices en su traza y crecimiento. 

LA URBE

Los centros urbanos

Los núcleos de población generaron de modo incipiente las primeras formas de urbanismo, al principio asentamientos de forma irregular y/o casual conformados por chozas (xacales construcciones rectangulares o chinancales, construcciones circulares), agrupadas sin orientación fija sobre plataformas de tierra, que a la larga por sus propias necesidades tomarían poco a poco el trazado lineal del poblado y le darían su forma ritual de orientación. Pero esto solo sucedió cuando apareció como aglutinante forzoso el conjunto ceremonial que dio vida y razón al asentamiento urbano. Los conjuntos religiosos fueron la acumulación y la suma de los elementos tipo reproducidos ortogonalmente.
Las primeras manifestaciones urbanas no se presentaron en el Altiplano central sino en la zona periférica, en el área maya y en Oaxaca, pero llegaron a la Cuenca ya en forma madura, por lo que presentan a una ciudad como Teotihuacán, donde las plazas y los templos se consolidaron reflejando conocimiento y exquisito gusto arquitectónico, influyendo enormemente en toda Mesoamérica durante muchos años y generaciones.
Después podremos contemplar el surgimiento de una enorme ciudad dispuesta a partir de grandes calzadas en cuatro cuadrantes, la Ciudad Sagrada del Tlachihualtépetl o Cholula, y en cada una de sus partes rublos de diferente filiación étnica, ciudades como Tajín dispuesta en grandes plazas y estas en diferentes terrazas; o ciudades como Xochicalco o Monte Albán, establecidas en la parte más alta, en cerros recortados a manera de mesetas, también con diferentes desniveles y adaptadas completamente a la topografía natural. Heredera de las anteriores se alzará la portentosa ciudad de Tula Xicocotitan, dispuesta según el modelo de Tajín en diferentes terrazas, plataformas o niveles, donde los diferentes estamentos de la sociedad construyeron sus templos.

Teotihuacán. (100 a.C. —650 d.C.)
Teotihuacán en idioma náhuatl quiere decir “lugar de dioses”, para otros “lugar donde los hombres se convierten en dioses”. Fue la metrópoli mesoamericana más grande y compleja que haya existido en el mundo indígena. Ocupaba un rectángulo alargado de 200 ha. La mayoría de la población de la cuenca de México tenía su residencia en esa enorme ciudad, para esa época y que de acuerdo a los estudios y las estadísticas llegó a tener entre  125  y 200 mil habitantes. Esta ciudad nos presenta la presencia de espacios abiertos a manera de plazas rectangulares, donde se construyeron las pirámides del Sol y de la Luna, (...de pertenecer ambas plazas al mismo periodo, es lógico pensar que esos conjuntos posiblemente (fueron) para concentraciones masivas, y (así como)otros conjuntos aun no conocidos, (que) hayan estado vinculados mediante calzadas o calles ceremoniales de jerarquía.) y una gran calzada de los Muertos, tornándose en el centro religioso y ceremonial más importante del altiplano.

Perspectiva de la Gran Plaza  de la Luna y gran calzada de los Muertos

La gran ciudad se encuentra asentada en la parte nororiental de la Cuenca de México, su relevancia e influencia, como área administrativa y hegemónica, nos ha dejado su huella permanentemente en las demás culturas posteriores. Sabemos que en ella la sociedad parece haber sido fuertemente teocrática y la vida pública muy influida por la religión. Se gobernaba con mano dura para así poder obligar a la población a solucionar los grandes requerimientos constructivos del grupo. (Ficha Arqueología Mexicana, pág. 51). (Gráfico de cuenca y productividad clásica).
Este lugar se genera como un sitio de culto y se consolida como una gran urbe que llegó a tener más de 300 mil habitantes, lo que implicaba la necesidad de una organización importante que controlara la cotidianidad ideológica y religiosa de pueblos de diversas etnias. Las necesidades de cada etapa estaban evidenciadas en los estudios arqueológicos sobre cómo la ciudad se fue desarrollando y expandiendo en un orden “sui generis”.  De manera similar,  muchas ciudades de otras culturas debieron haberse asentado en las proximidades de algún sitio sagrado, que de acuerdo a la leyenda en este caso fue una gruta junto a un manantial pequeño, que contaba además con un río cercano. La parte sur tenía un área pantanosa, una extensión del lago de Chalco, ahora ya desaparecido, donde se desarrollaron una serie no cuantificada de chinampas de cultivo que elevaron la productividad agrícola. Como ya se dijo, en los cerros cercanos se encontraron las piedras de referencia a los puntos astronómicos que han servido de guía para el trazo de los muchos basamentos que de modo inmediato se fueron construyendo alrededor de las plazas, siguiendo las orientaciones solares, lugares importantes para los basamentos de las plazas de las pirámides del Sol y la Luna, construcciones emblemáticas que sirvieron como referentes para los servicios religiosos y las peregrinaciones.  
Ante la necesidad de tener un marco digno, tanto como para los nobles y sacerdotes en sus funciones debidas de dominio civil religioso y administrativo, la ciudad se fue llenando poco a poco de complejos conjuntos de viviendas, palacios y casas de funcionarios administrativos, comerciantes y nobles, quienes dejaron su huella en ese paso del habitar, plasmado en murales, de suntuosas habitaciones con amplios patios sobre juegos de altas plataformas y plazas hundidas, surgiendo intrincados barrios y conjuntos de viviendas para el hombre común, así como los sitios y lugares que albergaran a los de fuera.
El fortalecimiento de la ciudad por medio del crecimiento y suma de pequeños asentamientos en las proximidades, consolidó al estado teocrático, al cual tenía que necesariamente sumarse el poder militar, que no solo ayudaría a mantener el orden y control de las diferentes etnias entremezcladas, sino que sería parte de la consecución del dominio regional y extensivo de los teotihuacanos, sumando de esta forma los poderes atemporales (religión) y los temporales (militarismo) en un acto de control absoluto de una región, que iba más allá de sus límites geográficos  Por lo tanto, el complejo basamento–plaza–palacio- calle (callejón) se difundió en aquel incipiente territorio, quizá bajo una primera y no tan ambiciosa traza que se originó.
Cuando se habla del mundo clásico, surge Teotihuacán como el gran coloso del altiplano, su trazado de referentes geométricos sigue impactando a los estudiosos del mismo, así como su perspectiva de la construcción y la secuencia rítmica arquitectónica. Esta situación del grupo teotihuacano se manifestó espacialmente, no solo con la transformación y modificación de las áreas geográficas en las que se inició este pequeño gran complejo - religioso de poder, sino que de hecho trascendió y marcó una profunda huella que impactó su entorno, llegando a ser la gran metrópoli de gran prestigio y poder, al grado de crear un estilo propio e influencia permanente y posterior al desarrollo de su cultura en toda Mesoamérica.

Forma y edificación

Construcciones

Dentro de la arquitectura habitacional, los palacios llevan de la mano la organización espacial de los centros ceremoniales. El marco de los edificios rodeaba los espacios abiertos que servían de nexo e integración a las plazas, calzadas y calles. “Los barrios” o palacios eran conjuntos de altas bardas, constituidos de austeras habitaciones donde el patio funcionó como centro y origen de la distribución del espacio y a veces había pequeñas o largas crujías porticadas colocadas perimetralmente, que daban acceso a las habitaciones del palacio. Suelen llegar a tener estos edificios hasta dos o tres patios y estar ligados por medio de corredores de estrecha circulación. Las habitaciones suelen ser pequeñas, libres de vanos y con un acceso hay la posibilidad de que estos se cubrieran con mantas para evitar las inclemencias del tiempo. En los patios interiores a veces se llegan a encontrar pequeños templetes a manera de altares con nichos, donde se colocaba la imagen protectora del sitio. “La arquitectura habitacional carece de exteriores de acuerdo al sentido occidental, sus fachada son largos muros sin ventanas que rodean al conjunto. Para comprender este concepto sería necesario entender la ideología mesoamericana tan escasamente estudiada”

En esta época, en muchos sitios anexos a las plazas principales se encontraban pequeños templetes a veces techados y/o espacios destinados a la administración donde se impartía el poder y se conciliaban acuerdos de todo tipo, para las comunidades y regiones de acuerdo a las dimensiones del lugar. Algunas de las poblaciones tenían áreas representativas como lo fueron los templos de culto especializado, o para el caso civil, la plaza- mercado.
De acuerdo a la representatividad de las ciudades y sus nexos políticos, así como enemigos y fortaleza social, había poblados que se protegían por medio de murallas, fosos y o barrancas naturales profundizadas, contaban con torres de vigilancia en el más estricto sentido militar (a partir del periodo militarista). La riqueza en cuanto a soluciones escultóricas anexas a los edificios y plazas fue enorme, se cuenta con piezas que son las más vulnerables en los primeros tiempos para modificarse y anexarse a los edificios novohispanos. Estelas y portaestandartes, altarcillos y remates de plazas, graderías, escalones y alfardas con sus remates.
Fueron diestros en el manejo de la conducción de agua en cuanto a canales, represas y la solución de los desagües. Así la ciudad mexica de México–Tenochtitlán poseía un ámbito acuífero, era a su vez el parteaguas de dos lagos: uno de agua dulce y otro de agua salada, ambos lagos no se llegaban a mezclar por la protección de las barreras por ellos prefabricadas, los denominados albarradones. Era tal su organización que los desechos no contaminaban los espacios comunes, el control se realizaba por medio de esclusas.

Materiales y sistemas constructivos

Se utilizaron los materiales naturales de tipo local y a veces regional; como lo fueron la piedra basáltica, el tezontle, el barro, el carrizo, la madera principalmente de pino, la palma y otros elementos procesados.
Muros
Muros perecederos.- Como los llamados de bajareque, que era hechos de varas entretejidas recubiertas con barro, y con un perímetro de piedras que evitaban su desplazamiento, la mayoría de las veces cubiertos con techos de paja.
Mampostería.- Muros de piedra y lodo.- Con basamentos de piedra de río, comúnmente denominada canto rodado, desde donde se desplantaban los muros de bajareque o de adobe. Otras de las características de estos muros podrían ser de canto rodado a junta seca, o de lajillas con lodo y a junta seca.
Mampostería.- Muros de cal y canto.-  Trabajados en diferentes materiales, como el canto rodado y cal para exterior, con sillares de tendencia rectangular, con grandes lajas para librar vanos (arco maya) o ligeros saledizos. Son muy interesantes los trabajos hechos en alto relieve y las piezas decorativas talladas e integradas a los edificios con las realizadas en la Ciudadela de Teotihuacán o los de Xochicalco, Morelos.
Además de los edificios de la zona maya, construcciones decoradas a alto relieve como los templos de río Bec y Chenes, o como los recubiertos de mascarones de argamasa, como los de Comalcalco y Cieneguilla en la Chontalpa, o los más tempranos como los de Kojunrich y aún los de Uaxactún.
Mampostería.- Muros de refuerzo en espina–pez.-  Trabajados en su gran mayoría como recubrimientos externos y fabricados por lo general con lajilla de piedra basáltica o piedra calcárea en la zona maya, Uxmal y en algunos del altiplano.
Mampostería.- Muros de adobe.- Desde épocas muy tempranas fue el material más común después de la utilización de las varas, se utilizó para construir los muros de las casas y de templos, así como grandes paredes; algunas veces fue utilizado como relleno para el engrandecimiento de templos.
Mampostería.- Muros de ladrillo.- En la última época en la zona del sur de Veracruz y Norte de Tabasco en la región de la Chontalpa, se logró la utilización de edificios construidos de ladrillo, recubiertos de grandes mascarones de yesería (argamasa).    
Elementos soportantes
Soportantes Verticales.- Columnas, y/o pilastras. Se construyeron de dos tipos de materiales: piedra y madera, las de piedra las encontramos trabajadas en forma circular, o rectangular. De forma megalítica (región oaxaqueña y altiplano central) o en forma seccional (quesos y/o seccionales de piezas irregulares) con espiga y sin ella, lisas o con decoración exterior.
Soportes de elementos de madera: vigas y morillos.- Elementos soportantes horizontales; vigas y morillos para los cerramientos. Para los palacios eran imprescindibles las vigas y morillos que detenían y/o soportaban el entramado del techo.  Para las casas de orden popular serán importantes las varas y piezas de madera de arbustos y árboles flexibles para dar forma a su vivienda.           
Cubiertas
Cubiertas inclinadas.- Debido a la tipología climática y a las condiciones de lluvias, las casas de techos inclinados, de dos y cuatro aguas debió ser la solución más socorrida para la vivienda tradicional y para los templetes que periódicamente debían renovarse, así el manejo y uso de varas y morillos de madera fueron en el auxilio de la paja, de las hojas de palmera y de otros materiales que sirvieron de recubrimiento de la región.
Cubiertas planas.- Las techumbres de los palacios en la zona del Altiplano y de Oaxaca, fueron solucionadas con cubiertas planas de ligeros terrados, hechos a base de tejidos de varas cubiertas con lodo entre las que se colocaban tierras impermeables, como el tepetate. Estos techos, fueron fabricados en base a piezas de madera redondas sin labrar llamadas morillos, que solucionaban el soporte de varas, al mismo tiempo estos descansaban sobre vigas de madera. En la superficie del techo, las bajadas de agua eran solucionadas en las esquinas, y conducidas de variadas formas; en canales, en botareles, en tubos de barro o con jarritos unidos o sobrepuestos.
Cubiertas planas con paramentos a 4 aguas.- Cubiertas utilizadas preferentemente en la última época de la zona maya, donde los muros tenían una cubierta plana muy pequeña y los cerramientos estaban condicionados por la utilización del llamado arco falso. Donde el techo se encontraba armado de volados unidos por tensores de madera.
DE LOS ACABADOS
Estuco y aplanados.- En Mesoamérica se acostumbraba recubrir los edificios con una capa de mortero en base a cal-arena de 2 a 3 cm de espesor en el altiplano y hasta de 8 cm en la zona maya. Algunas veces se aplicaba un enlucido con estuco de cal de 3 a 4 mm. Esta técnica permitió el desarrollo y manejo de alto y bajo relieves en otras culturas. El estuco la mayoría de las veces estaba policromado y en muchas ocasiones se le añadió elementos decorativos como las incrustaciones de obsidiana o de jadeíta, los chalchihuites, o bien de elementos marinos, especialmente  para enriquecer los motivos ornamentales. Las técnicas de estucado o bruñido se aplicaron también a los pisos de sitios importantes (plazas y calzadas ceremoniales) y a muchas de las callejuelas de acceso a las plazas religiosas.

Diseño de cubierta plana con morillos y terrado (técnicas utilizadas en Teotihuacán y San José Mogote, Oax.).
Museo de Antropología e Historia. Ciudad de México

Color.- Se aplicó el color con la famosa y vigente técnica de la  pintura a la cal, a la que le sumaban los sedimentos de origen mineral y tierras como el ocre que aún se obtiene casi de modo espontáneo en los deslaves de la zona de la mixteca. El color rojo oxido, significaba lo sagrado; el amarillo oxido el sacrificio; el azul el agua y el verde la riqueza.
Los anteriores trabajos se aplicaban en general a la arquitectura y para esto, el artesano de la construcción era diestro, sin embargo, alternaba con el otro tipo de artesano que persistió hasta la época de la colonia, que eran el tlacuilo. Los tlacuilos o escritores-pintores indígenas de motivos sagrados, destacaban por el manejo y la preparación de sus tierras y colores, así como su destreza en confección de las obras de relatoría y detalle como lo eran los códices.
Estos especialistas también tenían las funciones de agrimensores y de diseñadores, elaboraban los planos de los Altepetl (pueblos), y de las propiedades comunales y de los templos, ya que periódicamente, todos los pueblos estaban obligados a entregar las demarcaciones de sus tierras y asentamientos por etnia y familia, así que estos trabajos de efectuar “planos de localización” debían ser bastante socorridos en ese medio. En la mayoría de las regiones se hacían en papel amate, o en algodón “coguchi”, en piel curtida de venado, o en papel de maguey.

Edificios administrativos y/o ceremoniales

Hemos reconocido a los edificios destinados al servicio de los sacerdotes y militares para la administración de los diferentes pueblos subordinados. Estas construcciones y los espacios abiertos generados, no podían escapar del manejo de la geometría astronómica desarrollada ancestralmente y así tendremos que el trazo y la orientación corresponden a fechas cíclicas con respecto al solsticio de verano y de invierno, así como al equinoccio de otoño referenciado con las elevaciones de su entorno.
Principalmente se distribuían en las proximidades de los conjuntos religiosos y estaban ligados entre sí, bajo un complejo pero práctico entramado de pasillos y callejones, que obligaba a acceder a los patios de los palacios en la esquinas. Cuya resultante era la estructuración de los mismos por medio de un patio central a modo similar a las plazas ceremoniales. En general tenían una constitución masiva e impactante, de muros alargados donde predominaba el macizo sobre el vano, eran de techumbres planas con remates superiores corridos, a modo de almenas y merlones. Se elevaban sobre basamentos comúnmente escalonados que les confería un aspecto jerárquico. Estaban decorados con grandes murales con representaciones zoomorfas y antropomorfas, policromadas, que correspondían a temas narrativos comunitarios, y más comúnmente a temas religiosos, (como el Tlalocan o el de los animales mitológicos) que en muchas ocasiones estaban fechados por los calendarios indígenas.    

Edificaciones civiles

Espacios destinados albergar al individuo común, el habitante de la ciudad que comercializaba, servía, o prestaba sus servicios a quien lo requiriese y lo más importante, habitaba en la ciudad, Que había tenido la capacidad económica para construir en el centro de ella y siguiendo la traza, que había estructurado su construcción en una traza ortogonal con orden y concierto, de acuerdo a las condiciones geográficas de su asentamiento especialmente cuando pertenecía a una urbe. Estaban construidos con variados materiales, muchas veces perecederos.

Urbanización

Una ciudad tiene dos factores importantes: los físicos y los culturales, por lo que resulta un poco difícil intentar insertar a los desarrollos religiosos y civiles que se dieron en Mesoamérica los títulos actuales, sobre todo el término de “ciudad”, o de “desarrollo urbano” o aún más de “urbanización”. Tal vez si las condicionantes principales que determinan una ciudad fueran: el lugar o el sitio y un grupo humano determinado.
Pero también podríamos decir que si consideramos que muchas poblaciones se desarrollaron sin contener un gran número de habitantes, manifestando un dominio sobre su entorno físico y material que marcó su grado cultural no solo en su momento sino hasta nuestros días, lo que sigue siendo modelo y sinónimo de admiración en cuanto a soluciones urbanísticas en terrenos agrestes y escasamente propicios para las soluciones ideales y que, sin embargo, convirtieron dichos sitios en espacios dignos y habitables para la población del momento.
Por lo que me surge la pregunta de: cuando un poblado se convierte en ciudad en Mesoamérica, ¿qué características podría tener y cuáles serían esos factores? Ya que el investigador como Hardoy nos comenta: 
… .una vez dada la organización de los grupos en clases sociales, con un control teocrático y división de espacios, se inicia el urbanismo...
Entonces es posible decir que si se tratase el surgimiento del urbanismo de un  modo cuantitativo, entonces de acuerdo a eso Teotihuacán por ejemplo como sostienen los investigadores que hacia el año 500 a. C debió haber tenido una población superior a 100 000 habitantes y por tanto debe de haber estado ya en pleno desarrollo urbano.

Poblados y ciudades

Cuicuilco

Perteneciente al periodo formativo asesta estructura uno de los más bellos y significativos basamentos piramidales, de forma circular con cuerpos escalonados, cubierta la planta baja por la erupción del volcán Xitle, destinada a eventos cívico-religiosos, donde la arquitectura religiosa se hizo más notoria y diferente monumental y singular considerada por muchos autores como el primer espacio monumental del altiplano. Con una planta de 135 m de diámetro, construida de adobe y piedra aplanada con tierra, con accesos en el oriente y poniente. Cuicuilco para Hardoy es un periodo de consolidación en las estructuras sociales, en cuanto a organización y control en la producción y en el comercio  y en el desarrollo de la especialización artesanal, que propicia el agrupamiento de las aldeas, iniciando así los elementos que propiciaran el periodo urbanístico. Se convierte en un centro religioso de autosuficiencia  y gestión política para los grupos sedentarios de su entorno, adquiriendo un perfil más regional y consolidado.

Perspectiva de la Pirámide de Cuicuilco

Planta de la Pirámide de Cuicuilco

Teotihuacán-Urbe
No sólo se  genera como un sitio de culto, se consolida como una gran urbe que llega a tener durante su apogeo una extensión de 20 kilómetros cuadrados, y más de 300 mil habitantes, ya que para 500 a 600 d.C. la densidad de la población era de 7 mil personas por km cuadrado, lo que implicaba de una organización importante, que controlará la cotidianidad ideológica y religiosa de pueblos de diversas etnias. Tiene 600 basamentos religiosos y dos mil conjuntos habitacionales. Las necesidades de cada etapa están evidenciadas en los estudios arqueológicos de como la ciudad se fue desarrollando y expandiendo en un orden sui generis.
De manera similar a muchas ciudades en otras culturas, los primeros asentamientos debieron haber sido en la proximidad del sitio sagrado, que de acuerdo a la leyenda, era una gruta con un pequeño manantial, un río en las proximidades y la extensión del lago de Chalco, ahora ya desaparecido. Cuando se habla del mundo clásico, surge Teotihuacán como el gran coloso del altiplano, su trazado de referentes geométricos sigue impactando a los estudiosos del mismo. En los cerros cercanos se encontraron las piedras base de referentes astronómicos en trazo para la ubicación de los muchos basamentos que de modo inmediato se fueron construyendo siguiendo las orientaciones del  equinoccio de otoño y solsticio de verano e invierno, referentes de ubicación importantes para los basamentos relevantes y pirámides del Sol (75 mts de altura y 225 mts de base)y la Luna, (46 mts de altura) edificios significativos y emblemáticos que estaban normados no solo por la magia del cosmos y el orden sino también por los trazos prácticos del constructor iniciado: el manejo del triángulo pitagórico para la traza del conjunto.
Ante la necesidad de tener un  marco digno, tanto como para los nobles y sacerdotes en sus funciones debidas de dominio civil  religioso y administrativo, así como los sitios y lugares que albergaran a los de fuera, la ciudad se fue llenando poco a poco de complejos conjuntos de viviendas, palacios y casas de funcionarios administrativos, comerciantes y nobles, así como intrincados barrios y conjuntos de viviendas para el habitante común, quienes dejaron su huella en ese paso del habitar, plasmado en murales con imágenes policromadas el palacio de Tetitla cuenta con 120 muros pintados. De suntuosas habitaciones con amplios patios sobre juegos de altas plataformas y plazas hundidas, rectos corredores con esviajes de acceso a los patios y plazas.
Por lo tanto, el complejo basamento-plaza-palacio-calle-callejón, se difundió en aquel incipiente territorio, que quizá bajo una primera y no tan ambiciosa traza, se originó. La unidad constructiva de los espacios corresponde al Maitl medida referida a dimensiones antropométricas que equivalen a dos varas castellanas aproximadamente. (1.64). El Fortalecimiento de la ciudad por medio del crecimiento y suma de pequeños asentamientos en las proximidades, los que consolidaron al estado teocrático, al cual necesariamente tenía que sumarse el poder militar, que no solo ayudaría a mantener el orden y control de las diferentes etnias entremezcladas, sino que sería parte de la consecución del dominio regional y extensivo de los teotihuacanos, añadiendo de esta forma los poderes atemporales (religión) y los temporales (militarismo) en un acto de control absoluto de una región, que iba más allá de sus límites geográficos
Esta situación y actuación del grupo teotihuacano, se manifestó espacialmente, no solo con la transformación y modificación de las áreas geográficas en las que se inició este pequeño gran complejo-religioso de poder, de hecho trascendió y marcó una profunda huella también en los aspectos constructivos que impactaron su entorno, magnifico juego y equilibrio de niveles y desniveles entre calles y patios, monumentos y escalinatas, plaza y espacios ceremoniales (ver plano policromado). Con una calzada de 5 kilómetros de longitud,  llegando a ser la gran metrópoli de gran prestigio y poder, al grado de crear un estilo propio e influencia permanente y posterior al desarrollo de su cultura en toda Mesoamérica.

Conclusiones

Lugar sagrado
Son comunes las historias creadas o los mitos sobre la fundación de las ciudades. En ellas van a estar asentados los sucesos más increíbles que a lo largo de generaciones se relatan de padres a hijos, de chamán a sacerdote, hasta convertirse en leyendas; entre más poderosa sea la ciudad, más profunda será la leyenda. Importantes serán muchas de ellas tanto en Europa como en América y algunas estarán ligadas a la edificación de las ciudades  y sus héroes o personajes relevantes, como en el caso de  los fundadores de Roma (Rómulo y Remo, que muere, al traspasar la delimitación que el hermano había hecho de la ciudad bajo pena de muerte a quien la rebasara.), Así casi todas las ciudades indígenas estarán cargadas de misticismo y leyenda y muchas veces sus nombres se relacionarán con esos hechos mágicos. La concepción del mundo mesoamericano estará basada principalmente en la observación  de la naturaleza y el manejo matemático de los astros y a partir de la división de los 4 puntos cardinales. En función de este pensamiento se elige una postura ante el mundo, que más adelante se incrementaría paulatinamente de acuerdo a la diversidad de culturas, el Panteón celeste sumado a  la semi divinización de los monarcas.  
El norte significara :lo frío.. lo árido la oscuridad ....la muerte estará  representada por el color negro. El culto a los felinos. Culto a la noche... Los jaguares. Y su dios Yayahuqui.
El sur corresponderá a la vida  representado por la estrella Venus, la luz, y el color azul. Representado por el perro o Xolotl.
El oriente corresponderá al inicio de todo. Y al color blanco con su animal, el guajolote, y su dios Tlatlahuqui.
El poniente será la muerte cotidiana del sol y estará representada por el color rojo Representado por Venus o Tlahuizcalpantecutli y su animal totémico: el coyote.
Una vez relacionados estos espacios y personajes, el quehacer constructivo estará ligado solo con los sitios por elegir y su topografía. Los centros ceremoniales serán los espacios conexión entre el cielo y la tierra donde habitaran, no solo los hombres sino también los semidioses quienes suelen beneficiar al hombre pero también acostumbran liberarse de su carga divina y convertirse en animales denominados nahuales producto del desdoblamiento o dualidad.

Imágenes geométricas y fitomorfas del cosmos
A partir de esta concepción  y observación de su entorno estará fundamentado el manejo del número 4 y número 5 que será básico para el establecimiento del mundo mesoamericano.
Por lo tanto, las ciudades se  fundaron sobre lugares que representan la vida y como se trata de una situación parecida al manejo del Cardus y Decumanus romano en cuanto al concepto y establecimiento del orden conceptual de establecimiento de espacios, sin embargo, el giro de los ejes en múltiples representaciones a modo de la cruz de San Andrés transforma un poco aquel orden geométrico reticular, sin abandonar la secuencia numeral de proporción al cuadrado.
Estaban también íntimamente ligados los elementos naturales y el agua es un elemento de vida. La observación de la naturaleza proporcionaría uno de los elementos básicos para construir la cosmovisión, misma que más adelante satisfaría las necesidades ideológicas de aquella sociedad. La fundación de ciudades se daría en los sitios próximos a los nacimientos de agua, trátese de manantiales o ríos, materializados como el dios Tláloc o dios de la lluvia. Las cuevas significaban la entrada al reino subterráneo sumergido en agua, al igual que las montañas que eran grandes vasos de agua o casas llenas de agua las cuales estaban ligadas ancestralmente como lugares y sitios de legitimación de los varios grupos étnicos, por ello el término altepetl para el grupo náhuatl era extremadamente significativo y su traducción precisa es cerro de agua, mientras que su representación glífica es la de un promontorio con fauces y una cueva en su base. Al igual que los templos eran considerados símbolo de la identidad comunal política, también eran concebidos como cerros de agua.
Relatos como el de la fundación de la poderosa Tenochtitlán, cuyo mito se creó una vez fortalecida como la ciudad imperio-militarista, habla de controvertidos hechos históricos. Después de dos siglos de penurias llegaron a establecerse 7 pueblos a un islote del lago de Texcoco, guiados por un dios patrono (Huitzilopochtli) que mediante un “milagro” les indicó el sitio para que se establecieran definitivamente: un águila destrozando a una serpiente sobre un nopal. El conductor o caudillo otorgó su nombre a la población recién fundada: Tenoch, es decir, Tenochtitlan. Esto nos acerca al vínculo que hay entre el hombre y lo divino. Muchos de los espacios que se construyen estarán también ligados a esa compleja visión del cosmos y que se maneja como un equilibrio del orden, conseguido solo por medio de la inmolación de los individuos, el triunfo del sol en sus lucha contra los dioses del inframundo, el triunfo  sobre la oscuridad, lo cual solo es posible a través del sacrificio humano, vinculado también a los periodos del año solar, solsticios y equinoccios, así como a la relación que tiene con los periodos de sequía. Durante estos se estaba en guerra y se jugaba al juego de pelota. En diversas representaciones se encuentra a los grupos contrarios en las canchas de juego, significando así la unificación mediante la oposición, es la pequeña plaza o cancha de juego un acceso al inframundo. Desde la perspectiva prehispánica, la muerte por sacrifico perpetuaba la vida.  

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